Frase de José Selgas

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Los niños son el lazo que existe entre el cielo y la tierra, y el único acaso que los hombres no pueden romper.... - José Selgas

Los niños son el lazo que existe entre el cielo y la tierra, y el único acaso que los hombres no pueden romper.

José Selgas

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Explorar Frases

El tiempo somos nosotros y no es posible detenerlo.

Antonio Buero Vallejo

Leer es el único acto soberano que nos queda.

Antonio Muñoz Molina

No se puede bloquear el camino de la investigación.

Charles Sanders Peirce

Yo me siento tan joven y tan guapo.

Fernando Arrabal

La vida de rico es muy chata.

Fernando Henrique Cardoso

Con su amor toque esos corazones intrigosos y mentirosos lo único que se hacen es mas daño ellos mismos.

Frances Ondiviela

¿Qué iba a hacer ahora? No era la espina dorsal de una historia lo que le faltaba. Era su propia fibra personal.

Ian McEwan

Los errores no son la técnica pero si los artífices.

Isaac Newton

Yo estaba en libertad porque mi mayor temor se había dado cuenta, y yo todavía tenía una hija que adoraba, y yo tenía una vieja máquina de escribir y una gran idea. Y así, los suelos se convirtió en una base sólida sobre la que reconstruí mi vida.

J. K. Rowling

A los quince los cuerdos de atar me cortaron las alas.

Joaquín Sabina

Conversación con Iker Casillas.

José Mourinho

La lucha por controlar una operación tan ambiciosa e intrincada como la construcción de una catedral era, en todo momento fascinante. La idea de que los principios de regularidad y repetición pudieran simplificar la construcción y se obtuviese como resultado un edificio armonioso, era en verdad seductora.

Ken Follett

Siempre que leo cartas de fans de algún lugar lejano, lloro con lágrimas de alegría. Me llena el corazón y me hace decir: A partir de mañana viviré mi vida al máximo.

Naoko Takeuchi

La educación ya no puede ser de propiedad exclusiva del estado.

Peter F. Drucker

Todo lo que pudo visualizar fueron visiones fugaces de rasgos sin relación entre sí: el contorno suave de sus pómulos en el sol, la ambarina oscuridad de sus ojos vivos, sus labios en forma de sonrisa amistosa que siempre estaban prontos a cambiarse en un beso ardiente.

Vladimir Nabokov