Frase de Albert Cohen

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Inútil, les gusta ser malvados. La maldición de los colmillos. Desde hace dos mil años, odios, maledicencias, intrigas, guerras.... - Albert Cohen

Inútil, les gusta ser malvados. La maldición de los colmillos. Desde hace dos mil años, odios, maledicencias, intrigas, guerras.

Albert Cohen

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Explorar Frases

La única vacuna contra el aburrimiento es el amor.

Alberto Moravia

Como yo siempre estoy trabajando, mis mejores recuerdos de vacaciones son definitivamente cuando puedo ir a casa y pasar tiempo con mi familia.

Chris Brown

Todo puede falsificarse. La alegría, el dolor, el odio, la enfermedad, la recuperación... hasta el amor.

Donald Sutherland

Perseguir al todopoderoso dólar.

Edward Bulwer-Lytton

Hay hombres tan arrogantes que no saben alabar a un gran hombre a quien admiran, sin representarlo como un eslabón o un sendero que conduce a ellos mismos.

Friedrich Nietzsche

Exposición, crítica y apreciación son labores de mentes de segunda fila.

Godfrey Harold Hardy

El cómics es un medio muy especializado de arte, donde habitan muchas cosas raras, talento e imaginación.

Grant Morrison

Si se hubiesen reconquistado las Malvinas, posiblemente los militares se hubiesen perpetuado en el poder y tendríamos un régimen de aniversarios, de estatuas ecuestres, de falta de libertad total.

Jorge Luis Borges

La sangre de los buenos, no se vierte nunca en vano.

José Martí

El Rey debe callarse.

Julio Anguita

Sólo un ser verdaderamente taimado, sólo el hombre es capaz de habitar el engaño de manera total.

Leonid Andréiev

En los humanos existen 3 categorías de motivaciones: supervivencia, vida social y entretenimiento, así el trabajo basado en las TIC tiende a abolir la distancia entre las dos últimas categorías.

Linus Torvalds

La cortesía es el papel del estado del corazón, que frecuentemente rinde tantos mayores intereses cuanto más incierto es el capital.

Ludwig Börne

No soy yo, somos todos.

Manuel Clouthier

Una cortesana dijo a un mandarín: seré tuya si esperas cien noches bajo mi ventana. Y el mandarín esperó, hasta la nonagésimo novena noche, en que tomó el taburete y se fue.

Roland Barthes